viernes, 31 de diciembre de 2010

ATLAS. Aby Waburg.

ATLAS. Un viaje alucinante.

Diego Pita Puértolas.

Como muchos otros grandes pensadores, filósofos o escritores, Aby Waburg (1866-1929) acabó sus días en un sanatorio, aquejado de una enfermedad mental. ATLAS es su legado, su último trabajo, su testamento elaborado en plena locura.

Un inmenso y aparentemente caótico cajón desastre de imágenes, recortes, libros, fotografías y demás objetos. Una suerte de colección histórica artística que parece evocar el ajuar funerario de un Faraón egipcio. El ajuar de un Faraón desconocido o no tan popular como otros.

Aby Waburg es un maestro de maestros. Discípulo suyo es Ertnest Gombrich, sus ideas sobre el Renacimiento fueron recogidas por Panofsky, es el precursor del Iconic turn de los años ochenta y es el fundador del Warburg Institute.

Sus aportaciones a la Historia del Arte resultan ingentes y han permanecido injustamente en un segundo plano hasta hace una veintena de años. Walter Benjamín le llamaba el “Seigneur de los sabios”. Didi-Huberman afirma que Aby Warburg era un historiador al borde del abismo.

Visitar la exposición que se exhibe en el Museo Reina Sofía supone un paseo por la arqueología de la memoria de este singular historiador del Arte alemán. Mientras de atraviesan las diferentes salas se tiene la sensación de estar dentro de la mente y de los recuerdos de una persona.

Es un viaje alucinante, como la película de ciencia ficción de los años sesenta titulada Fantastic Voyage(1966) interpretada por Stephen Boyd y Raquel Welch. Una interesante e irregular película de serie B basada en un relato de Isaac Asimov sobre un submarino diminuto pilotado por una tripulación liliputiense que navega dentro del cuerpo de un hombre agonizante en busca de un secreto crucial de la Guerra Fría.

El visitante de ATLAS se siente como un miembro de esa peculiar tripulación. Navega por un mundo ya extinto, pero que cobra vida a medida que se adentra en él.

Se suceden, a modo de retazos o retales, trabajos y bocetos de artistas como Bertold Brecht, Man Ray, Brassai, Max Ernest, Giacometti, Josef Albers, László Moholy-Nasy, Georg Grosz, Jean Luc Godard, Paul Klee o Ernesto de Martino, por citar algunos.

No son, en su mayoría, obras terminadas, ni siquiera obras conocidas de ninguno de estos artistas. Son apuntes, anotaciones, borradores inconclusos de obras que quizá nunca vieron la luz. Esa sensación de provisionalidad, de continuo cambio y mágica mutación es parte del espíritu original de ATLAS. Nace de la rebeldía de Aby Waburg, de su rechazo al dogmatismo de la Historia del Arte estetizante, de su anhelo por encontrar los lazos de unión entre las sucesivas expresiones artísticas de la humanidad, de sus estudios astrológicos y su curiosidad por el simbolismo en las deidades antiguas.

Este inmenso y vano esfuerzo se funde con su propia introspección personal, con la búsqueda de las claves de su imaginario personal. No es casual que este proyecto coincida con el final de su existencia y cuando una enfermedad mental amenazaba con teñir de oscuridad su lúcida mente.

De alguna manera, la construcción y el diseño de este mapa gigantesco es un último y desesperado intento de encontrar una solución, una guía que le recordase a su autor quién era, quién había sido antes de ser presa de la esquizofrenia.

Trágicamente metafórico, resulta el Mapa Vacío del ejemplar que se exhibe en ATLAS de La Caza del Carabón de Lewis Carroll. En el fragmento de este poema paródico que contemplamos a través de una urna de cristal podemos leer que la tripulación del barco queda totalmente estupefacta al comprobar que el Capitán en el que todos confiaban cuenta con un mapa vacío como única referencia cartográfico y que para cruzar el Océano tan sólo piensa hacer sonar una campana.

Aby Warburg también debió sentirse traicionado por su Capitán, pero su legado es emocionante, turbador. ATLAS es un viaje alucinante a la mente de una de las personalidades más fascinantes y conmovedoras del siglo pasado.

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