miércoles, 15 de diciembre de 2010

000/295711.00

Paula Muñoz Rodríguez



No somos monstruos, somos integrantes de la clase instruida. Nuestro fallo es de imaginación, de empatía: no hemos sido capaces de tener presente esa realidad’ (Tres Guineas,Virginia Woolf)


El desgastado cliché de que una imagen vale más que mil palabras queda en entredicho durante los ocho minutos que dura la videoinstalación 'Sound of Silence' que Alfredo Jaar (Chile, 1956) expone en la Galería Oliva Arauna con la que lleva colaborando 20 años. Ocho minutos durante los que la profundidad de lo expresado se cuela entre las entrañas de quienes asisten a la exposición. ¿Qué entiende el espectador si le presentas una fotografía sin contextualizar? Jaar proyecta esta y otras preguntas en unos cuantos metros cúbicos concebidos expresamente para la catarsis y la reflexión.


Desde el mismo momento en nos adentramos en la galería y una luz intensa nos ciega, marcando la línea divisoria que imprime en nosotros la sensación de haber traspasado la realidad para sentarnos frente a ella -en una perspectiva completamente externa-, algo hace prever que después de la experiencia nuestro cuerpo no se sentirá igual. La cuenta atrás que marca los tiempos del video tampoco ayuda a que la mente se relaje y no deja de estar alerta.


Kevin. Kevin Carter. A través de una letanía de frases que son flechas para el espectador, Jaar nos sumerge en la vida del fotógrafo sudafricano y el efecto que provocó su obra más famosa -ganadora del Pulitzer en 1994- en la que una niña hambrienta es acechada por un buitre. Con ella asistimos a una dicotomía que, lejos de ser excepcional, se repite casi a diario. Es aquella en la que nos sitúan los medios de comunicación todos los días, aquella con la que nos sentamos a comer y a cenar, con la que nos tomamos el café todas las mañanas. Susan Sontag señalaba en su ensayo ‘Ante el Dolor de los Demás’ que ‘ser espectador de las calamidades que tienen lugar en otro país es una experiencia intrínseca de la modernidad’. Creo que el artista, con esta propuesta, hace frente a esa dimensión a la que irremediablemente -y por inercia- nos hemos acostumbrado. Un tema que no es nuevo para el autor, y que ya reflejaría en los trabajos Proyecto Ruanda (1994-2000) y El Lamento de las Imágenes (2002) en los que hace también un ejercicio de representación a través del que quiere, como él mismo ha señalado, devolver a las imágenes ‘su capacidad de conmover, de infundir respeto’.


Al final de la sesión pesan las emociones pero, sobre todo, pesa el vacío. Un silencio que grita que hoy la fotografía que marcó la vida de Karter y le persiguió hasta su muerte no es más que un número y, en vez de hacer la función de la ‘parte por el todo’, se queda en eso, en una parte. Los medios se preguntaban a voz en grito qué pasó con la niña protagonista de la fotografía pero pocos artículos reflejaron el contexto que generó esa realidad. Hoy, lo que nos queda es el número de asignación 000/295711.00, aquel con el que la Agencia Corbis -propiedad del multimillonario Bill Gates- ha clasificado la instantánea.


Alfredo Jaar continúa por lo tanto, en Sound of Silence, con esa línea comprometida que marca el sello inconfundible de todos sus trabajos. Una línea que ofrece una mirada distinta, violenta y acusadora, profunda e intensa que deja al espectador a un abismo de la indiferencia.


Silencio para el sonido, silencio para dar voz a la realidad.


De fondo y camino del metro, mientras uno se pone el abrigo y las voces de la calle rompen el ensimismamiento, resuena en nuestros oídos una cuestión... El hombre que ajustó su lente para captar el momento preciso del sufrimiento de la pequeña, ¿se podría considerar igualmente un depredador, otro buitre en la escena? o quizás ¿los depredadores son quienes ven, miran y callan diariamente?



No hay comentarios:

Publicar un comentario