miércoles, 15 de diciembre de 2010

La mirada inquieta

En “The Sound of Silence” Alfredo Jaar toma la guerra de Sudán como punto de partida para reflexionar sobre el poder de la representación y conmoción de la imagen. El conflicto es referido a través de la historia personal de Kevin Carter, el fotoperiodista que ganó el premio Pulitzer por la fotografía en que retrató a una niña famélica intentando desplazarse ante el acecho de un buitre.

Si uno se pregunta por qué el sonido del silencio, puede recordar un artículo que Amnistía Internacional publicó con motivo de la guerra en Ruanda: Listen. Can you hear the silence? El silencio era aquel que se escuchaba entre el zumbido de las moscas, el de la muerte, de la ONU, el silencio del olvido.

Jaar explota precisamente el silencio como recurso en su instalación, que consiste en una proyección narrativa y muda sobre la vida de Carter y sobre la historia de la imagen por la que fue galardonado. El relato es el guión para insertar y magnificar la imagen en cuestión, precedida por un flash que busca sobresaltar y conmover al espectador ante la amenaza desplegada en la pantalla. Probablemente, el poder de sugerencia de la imagen habría bastado por sí solo, sin necesidad de encauzar tanto el relato para conseguir los efectos mencionados.

También la figura de Carter aparece magnificada. La selección cuidada de sus acciones más heroicas y patéticas (habló con Dios y lloró), el recurso a la repetición de su nombre en tono de elegía y la narración de su suicidio como broche a su integrad, contribuyen a generar la empatía hacia su persona. La estrategia de Jaar consiste en la seducción formal: Si lo presentara de una forma menos seductora, mucha gente ni siquiera se acercaría. Este es el motivo por el cual invento estrategias para seducirte primero de forma que pueda comunicarme contigo.

Al analizar este tipo de obras, surge la cuestión de cuál es el grado de eficacia contra el olvido de una obra artística contemporánea. Los retratos de dolor y miseria, al competir en las pantallas con la producción vertiginosa de imágenes publicitarias y frívolas, pierden su capacidad de conmoción. Su condición de imágenes en diferido –y la posibilidad de obviarlas mediante el zapping o un click– las condena a la invisibilidad y sólo puede suscitar un compromiso efímero. En su ensayo Shock-Photos, Roland Barthes analizó esta falta de efecto: No basta con que el fotógrafo simbolice lo horrible para que nosotros lo experimentemos. El cineasta Wim Wenders relacionó, por su parte, el acto de ver con sumergirse en el mundo, con estar.

¿Necesitamos ir a Sudán y oler los cadáveres para interiorizar la locura de nuestro tiempo? El cuerpo a cuerpo con lo real podría ser la condición de una mirada más comprometida. Tal y como explica George Didi-Huberman, una mirada supone la implicación, el ser-afectado que se reconoce, en esa misma implicación. La fotografía se caracteriza, no obstante, por ofrecer la posibilidad de mirar fuera de tiempo y fuera de lugar. De ahí que sea complicado que el espectador se convierta en sujeto de conocimiento y establezca una relación ética con el objeto observado.

En El ojo estético, Jaques Rancière distingue entre la imagen testimonio –preocupada de dar cuenta de una situación que exige una respuesta– y la imagen voyeurista –donde prima el gusto de la imagen captada por sí misma, sea aquella del sufrimiento exhibido o de la intimidad sorprendida. Pese a la explotación del sufrimiento que hay en “The Sound of Silence”, la obra encajaría mejor en la primera categoría, más aún, si tenemos en consideración la trayectoria artística de Alfredo Jaar. No obstante, es en el segundo paso –el que reclama la acción– donde se produce la quiebra. Tras una conmoción momentánea, el espectador abandona la galería con la mirada inquieta para perderse en un flujo de impactos visuales que empezarán a anestesiarle inconscientemente.

Sara Díez Ortiz de Uriarte.




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