domingo, 12 de diciembre de 2010

The sound of silence. Alfredo Jaar.


Alfredo Jaar.

The sound of silence.

Diego Pita.

La obra del chileno Alfredo Jaar es siempre una invitación a la reflexión. Sus instalaciones están construidas y diseñadas para provocar al espectador.

Desde mediados de los años ochenta hasta la actualidad, Alfredo Jaar ha realizado multitud de intervenciones públicas y ha participado en las Bienales de Arte más importantes del mundo. Lleva más de veinte años en la vanguardia del Arte Postcontemporáneo y nunca ha abandonado sus denuncias sociales.

Según el crítico Gianni Vattimo la obra de Jaar va mas allá de la estética. Jaar es un pesimista activo que cultiva un arte intervencionista. Es pesimista porque desconfía del papel de los medios y de los intelectuales para interpretar la realidad.

En una entrevista reciente, Jaar afirmaba que el mundo de la cultura, museos y universidades, es el último lugar donde aún se puede soñar un mundo mejor.

Al entrar en la galería Olivia Arauna nos encuentramos dos diminutas fotografías de dos activitas políticas, la birmana Aung San Suu Kye, y la mozambiqueña Graça Machel. En una sala posterior hay otra fotografía. Es la hindú Ela Bhatt.

Las tres están iluminadas por cuatro focos de luz. Cuatro raquíticos focos que pretenden denunciar le escasa repercusión que tienen las ideas de estas tres mujeres en nuestra sociedad globalizada.

Esta sobria instalación titulada Three women viene respaldada por un texto en el que se nos presenta de manera escueta lo que estas mujeres representan. Un discurso silenciado, mudo.

The sound of silence, en principio, nada tiene que ver con la famosa canción de Simon and Garafunkel. Es una videoinstalación de 8 minutos que relata sucinta, pero muy eficazmente la caída en desgracia del fotógrafo sudafricano Kevin Carter. Conocida es la historia de su fotografía de la escuálida niña sudanesa con un enorme buitre detrás suya aguardando pacientemente su muerte . Esta fotografía recibió multitud de premios, pero también desató la indignación de muchos y Carter fue duramente criticado por no socorrer a la niña. Posteriormente, se suicidó.

Esta es la historia que Jaar nos propone, la de un captador de imágenes del horror y la desgracia que acaba absorbido por esta. Carter , así nos lo hace ver Jaar, siempre vivió rodeado de la injusticia y de la desgracia. En su Sudáfrica natal conoció la terrible política del Apartheid. Siendo policía intentó proteger a los negros de las brutales palizas que les propinaban sus compañeros lo que le produjo incontables problemas y acabó abandonando el cuerpo.

Durante la hambruna de Sudán en 1993 Carter era ya un avezado fotógrafo especializado en retratar el lado más oscuro de la condición humana. Había sido testigo presencial de demasiadas desgracias, de demasiada muerte y desolación.

Carter mantenía su objetivo fijo en la niña y en el buitre, esperaba que este batiera sus alas, pero no las batió. Pasaron los minutos y finalmente Carter tomó la fotografía y también, de alguna manera y sin saberlo, firmó su propia sentencia de muerte.

Jaar nos presenta a Carter como a una víctima, como a un profesional incomprendido. Alguien que se desplaza por el mundo para mostrarnos el horror que nos rodea y que no queremos ver. Sin embargo, Carter no es un espectador pasivo, no es un simple e impasible máquina que retrata la desgracia de forma fría y distante. El horror que tanto le atrae y persigue le ha contagiado y consumido. No puede abstraerse y pretender ser un vehículo ajeno e inmune. Acercarse tanto al abismo tiene un precio y Carter lo paga con su vida. La propia sociedad a la que quiere sacudir le juzga y le condena.

Finalmente, la canción de Simon and Garafunkel parece cobrar sentido. La letra de la canción habla de una oscuridad querida, conocida. De la semilla de una visión que permanece en el cerebro dentro de los sonidos del silencio. De personas que hablan sin escucharse y de canciones que nunca serán compartidas.

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