jueves, 16 de diciembre de 2010

Una denuncia poética

Juliana Correa

Kevin, Kevin, Kevin Carter. Un personaje que aparece con nombre y apellido pero que después del viaje que propone Alfredo Jaar a lo largo de su vida, se convierte simplemente en Kevin, un ser cercano.

El artista va conduciendo al espectador a través de la existencia de este fotógrafo sudafricano galardonado con el Pulitzer en 1994. Los textos se suceden unos a otros de una manera fría y sistemática, pero lo que cuentan es la realidad de un mundo convulsionado: violencia, asesinatos, intolerancia, hambruna, muerte.

A lo largo de su trayectoria artística, el artista chileno Alfredo Jaar se ha valido en muchas ocasiones de la fotografía como medio de expresión. En sus propuestas, la fotografía, además de denunciar, le ha permitido reflexionar sobre el poder de las imágenes como tal.

El espectador entra a esta caja de 128 metros cúbicos cuando la cruz se pone en verde y queda expuesto y vulnerable. Estamos en la antesala de la muerte. Una caja fría y vacía que nos aísla. Un espacio para la catarsis. Es evidente, que en este lugar va a suceder algo que no va a dejarnos indiferentes.

Ese segundo que antecede a la aparición de la foto es marcado por un flash que enceguece momentáneamente. Un recurso que Jaar sabe usar en el momento preciso y que logra el efecto esperado, sorprender al espectador. Quizás una ligera recompensa a su morbo, porque esa es la imagen que ha estado esperando ver.

Y ahí está, por fin, la foto famosa: la niña famélica y el buitre que la acecha con paciencia. La imagen ganadora del Pulitzer, la que marcó la carrera de Carter y también su desgracia personal.

¿Por qué Carter permaneció estático frente a la muerte que se aproximaba a la niña, por qué espero 20 minutos a que el ave abriera sus alas, por qué no la llevó a donde estaba la comida? Esas son las preguntas que quedan retumbando en nuestra mente después de ver esta videoinstalación.

Pero hemos visto los dos lados de Carter. Un ser humano que fue capaz de pasar a la acción –defendió a un negro durante el régimen del Apartheid- y el que quizás endurecido e inmunizado por la tragedia misma, permanece inmóvil ante una niña a punto de morir.

Jaar es hábil al no excederse en artificios sensibleros. No hay música de fondo. No hay sonidos. Los textos son limpios y precisos. La fuerza está en el silencio, en la situación a la que ha llevado al espectador que está inmerso en esa caja, en medio de la oscuridad, y que no puede más que aproximarse a la vida de este fotógrafo que se resistió a seguir viviendo porque “el dolor de la vida supera la alegría”.

Jaar logra despertar en el espectador varios matices de sentimientos hacia Kevin Carter. La compasión, la solidaridad, la desesperanza, la tristeza, el rechazo, la censura. Es inevitable no juzgar al fotógrafo. ¿Pero quiénes somos para hacerlo?

Jaar ha sido un artista comprometido, que busca cuestionar, agitar un poco las conciencias y sacarnos de esa zona de confort en la que ignoramos el dolor del otro. Él alguna vez señaló en una entrevista, a propósito de su exposición Hágase la luz, (en la que puso en cajas fotografías del genocidio de Ruanda) que no es que la imagen haya perdido su poder, sino que ya no nos conmovemos ante ella.

El sonido del silencio se configura entonces como una videoinstalación con múltiples lecturas y que genera varias reflexiones como la ética en la labor periodística, la indiferencia de los seres humanos, las posiciones que asumimos frente a la realidad y sobre lo injusto y cruel que puede ser el mundo en el que vivimos.

El artista no deja de subrayar con cierta ironía que el dolor se puede vender y comprar al recordarnos que Corbis, propiedad de Bill Gates, adquirió esta fotografía. ¿Qué es una imagen en un catálogo, al lado de millones de imágenes disponibles para la venta? Jaar la ubica en un contexto lleno de significado y se vale del arte para que no pase inadvertida.

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