miércoles, 15 de diciembre de 2010

UN CUBO NEGRO DENTRO DE UN CUBO BLANCO

Localicé la Galería con la misma distancia que necesité tomar para encontrarla, situándome en la acera de en frente. Tres veces pasé por delante sin verla. Curiosa coincidencia. Al salir de la exposición relacioné este hecho con lo que cotidianamente experimentamos respecto a imágenes, estímulos y contenidos utilizados por los medios, que con la intención de penetrar y dirigir nuestra psique, anestesian nuestra capacidad de ver e integrar lo esencial de cada mensaje.

Al entrar, el visitante es inmediatamente condicionado: cómo abordar la exposición, qué debe hacer, qué debe leer... se le adjudica un papel en este escenario cúbico. La sala blanca, los focos, los personajes, los roles, todo el reparto bien estructurado para que la experiencia sea completa y exactamente como Jaar lo planeó. Todo un artificio a nuestra disposición que dispara alarmas de desconfianza.

Dentro, la mirada se desvía hacia los focos sembrados como un campo de girasoles negros que sobreexponen a la luz unos minúsculos rostros femeninos. Sus historias, ciertamente relevantes, nada desdeñable el conocerlas, corren parejas a la incapacidad de recordar ninguno de sus nombres a la salida. Demasiados focos impiden aproximarse siquiera a los rostros de estas mujeres Paradójicamente, la iluminación que realza aquí, como en los medios de comunicación, acaba disolviendo las imágenes en un mar indistinto de informaciones.

En el cubo blanco de la galería se nos ofrece un cubo negro. ¿Será este el presente del gran artista? ¿Una justificación de la pertinencia de su existencia en el panorama del arte-político?¿Debo agradecer que se haya creado un monumento a aquello que puedo hacer cada vez que no enciendo la tele?
El sonido del silencio musitaba : “¡Lo hemos matado nosotros!”, corolario que Dustin Hoffman grita al final de Mad City, la película de Costa Gavras. ¿Lo han matado mis ojos? ¿ Las palabras de aquel crítico? ¿Las insoportables realidades sobre las que se sustenta nuestra manera de vivir y de establecer el poder y el orden?

La exposición presenta una suerte de elementos y cualidades retóricas que ponen de relieve la importancia de los procesos de construcción de opinión pública, por oposición a la opinión individual que emerge en la oscuridad de un cubo negro. El discurso (Logos) que gira en torno a las vidas de las “tres mujeres” y sobre la pantalla de proyección, hace que el Pathos eleve el vuelo dentro de la sala y revolotee nuestra experiencia sobre la obra, para, finalmente, hacer revivir el Ethos, una vez nos distanciamos de la exposición y se hace patente el residuo escéptico incontornable de una aproximación crítica.

El fin más noble que podría atribuirle es su intento por restituir su importancia a cada personaje de este teatro de la opinión pública o quizás la experiencia estetico-crítica que procurará a cada espectador. Me pregunto, no obstante, si la carrera de Alfredo Jaar hubiera sido tal sin la existencia de estas injusticias, de estos hitos teñidos de vileza humana o hubiera tenido la misma relevancia.

Admiro su constancia, su coherencia, y sobre todo, sus intervenciones públicas (Cuestions). Ahí es donde aprecio la obra... y no dentro de un cubo blanco, aséptico y susceptible de convertirse en lo que cada artista (o medio de comunicación) con sus manipulaciones desee. Su obra cobraría mayor sentido en la calle. Sin manual de instrucciones. Dejando que el impacto de la obra emerja inevitablemente del contraste entre ese cubo que contiene silencio, el ruido de la calle y el mundo del que disfrutamos y sus altos costes. Quizás, ubicarlo en un espacio público y no controlado, habría propiciadoue el artista percibiera que ese espacio de reflexión tiene otras funciones posibles (urinario, dormitorio, lugar de reunión, etc.), produciendo retroalimentación, imprescindible para cualquier creativo que aspire a no parecer recurrente u obvio en sus discursos.

Alba Benítez

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