lunes, 28 de febrero de 2011

RECUPERANDO LOS 90


Recuperando los 90.

Who is Elvis?

Diego Pita Puértolas.

Los años noventa no gozan de muy buena fama. Toda la gloria se la llevan décadas anteriores como los sesenta, setenta y últimamente los ochenta. Los noventa están demasiado recientes, no tenemos la distancia suficiente para apreciarlos con justicia.

Nicholas Bourriard aborda en su obra Estética relacional lo que él considera como la necesidad de un discurso teórico que interprete el arte de ciertos artistas que desarrollaron sus inquietudes creativas durante los años noventa. Muchos de estos artistas, casi todos los que aparecen o son citados en esta obra, fueron comisariados por Bourriard.

El autor no es un observador imparcial del debate teórico sobre el Arte. Da la impresión de que su intención es ofrecer un trasfondo teórico que arrope los nuevos enfoques artísticos promovidos por estos artistas.

Todos los críticos tienen su propia camarilla, un grupo o ramillete de artistas afines con los que en muchas ocasiones comparten lazos de amistad. Es algo inevitable, pero siempre se deben, o se deberían cuidar, ciertas formas. No sólo hablar de los tuyos, no ceñirse tan sólo a hablar de los que te conviene hablar. Se echa en falta más valentía e independencia en la crítica artística. Existen demasiados compromisos, demasiados favoritismos.

A favor de Bourriard hay que decir que lógicamente es más fácil hablar de lo que se conoce, de lo que tenemos más cerca y, definitivamente, de lo que hemos vivido.

Viví los noventa. En 1990, yo tenía dieciocho años. Se puede afirmar que soy producto de los noventa. En los noventa se quemó mi juventud.

A nivel artístico, los noventa son para mí esencialmente musicales. Empecé la década siendo un fan The Cure, Depeche Mode, Tears for Fears y demás grupos británicos. Luego atravesé una fase más agresiva donde escuchaba principalmente punk y rock radical. Me iba a la cama con una cinta de Eskorbuto, La Polla Records o MCD.

Pero todo cambió cuando en 1991 entré en una sala que ya no existe y que estaba situada enfrente de lo que hoy son los cines Ideal. La sala se llamaba Saratoga (Doctor Cornego, 1). La música que allí escuché me voló la cabeza para siempre.

Estoy hablando, concretamente, del tecno.

Cuando leí La Montaña mágica de Thomas Mann unos años más tarde y escuché en boca del inquietante Settembrini aquello de que la música era algo en esencia muy peligroso no pude estar más de acuerdo. De todas formas, era demasiado tarde. La enfermedad, el virus, ya estaba dentro de mí.

Bourriard describe el tecno como un ritual obsesivo. Habla de las prácticas colectivistas vigentes en el medio de la música tecno. ¿Pero realmente sabe Bourriard de lo que está hablando? En Francia, el movimiento tecno no ha sido tan fuerte como en Alemania o Inglaterra, pero, sin duda alguna, ha tenido un gran repercusión. El Dj francés Laurent Garnier es uno de los gurús más reconocidos del movimiento, y grupos de música electrónica franceses como Air o Daft Punk han alcanzado fama mundial. Es indudable que Bourriard tiene un conocimiento periférico del panorama de la música tecno. No hablaría nunca de democratización del arte al hablar del tecno si lo conociese realmente. Ni siquiera de prácticas colectivistas en un sentido positivo. El tecno no tiene esencia democrática alguna, mas bien todo lo contrario.

Tampoco lo tienen, a mi entender, muchas de las instalaciones o happenings que Bourriard pone como ejemplo de arte interactivo. Que un espectador o un asistente a una inauguración pueda participar en el desarrollo de una supuesta actividad artística no convierte instantáneamente a la propuesta en una actividad democrática. Ya que Bourriard saca el tema de los valores democráticos, estaría bien saber la opinión del viejo Karl Raimund Popper sobre estas actividades o la del profesor Friedrich Hayek. Este último podría, sin duda, argüir que en un evento planificado siempre hay alguien que toma el poder, alguien que quiere dirigir a los demás, y estas personas suelen ser, precisamente, las más peligrosas de la sociedad. En este caso, estaríamos hablando del galerista, del comisario o del propio artista. ¿Cuál de estos individuos es el más peligroso?

Considero también bastante dudosa la aseveración de Bourriard de que el arte es exclusivamente un acto de encuentro. Puede ser un acto de desencuentro en muchas ocasiones. Todos nosotros hemos, en alguna ocasión, rechazado una propuesta artística.

El arte no es una imposición. No obliga a nada, si no te gusta te vas, apagas la tele, cierras el libro y a correr. No puedes obligar a nadie a participar en algo en lo que no quiere participar. En mi visión de lo que debe ser una experiencia artística el espectador debe tener siempre la libertad de decir “no me gusta” e irse cuando lo desee.

Según Bourriard la obra de arte ya no se presenta como la huella de una acción pasada, sino como el anuncio de un hecho por venir o la propuesta de una acción virtual. Como si el lector de un libro o el espectador de una película supiera de antemano como va a reaccionar al final. Cada espectador o lector se enfrenta a una obra como si estuviera sucediendo en ese mismo momento, ese es una de los rasgos fundamentales del lenguaje artístico. No hace ninguna falta que realmente esté pasando exactamente en ese mismo instante, sino que suceda así en la mente del espectador, y de hecho, sucede. Esa es la magia de la imagen y de la palabra escrita.

Otra cosa es que en algunas de las propuestas de artistas como Tiravanija, Parreno, Holler o Gordon, se produzca una nueva forma de relación entre los artistas y los espectadores. No tengo nada en contra ni a favor de estas experiencias, pero mi manera de disfrutar el arte, seguramente clásica y conservadora: es totalmente individual y, primordialmente, tiene carácter introspectivo.

Para mi no hay una experiencia más libre que leer un libro, contemplar un cuadro o escuchar un disco.

Cuando hace veinte años, en 1995, visité La India me sucedió algo que puede ilustrar lo que quiero exponer. Después de visitar la ciudad perdida de Fatehpur Sikri, nos encaminamos hacia Agra para visitar el Taj Mahal. Pensaba que era difícil que algo me gustara o impresionara más que la ciudad perdida, y además, estaba agotado, hacía mucho calor. Todo el mundo te habla del Taj Mahal. Yo tenía veintitrés años y era básicamente un tarado egocéntrico y engreído que creía saberlo todo.

El Taj Mahal no se divisa de lejos, hay que entrar por una enorme puerta que lo oculta por completo. Estaba mareado por el bullicio de turistas, perseguido por un aluvión de pretendidos guías turísticos de todas las edades que ofrecían sus indispensables servicios. Conseguí zafarme de la marabunta, y finalmente, pude cruzar el umbral de esa puerta. No di crédito a lo que veían mis ojos. Me invadió una emoción tan fuerte que casi me caigo al suelo. Allí enfrente tenía el Taj Mahal. Parecía suspendido sobre el aire, parecía flotar delante de mí. No transmitía sensación de peso alguna. Tuve que sentarme en el suelo y admirar aquella maravilla.

No me lo esperaba. Ha sido el mayor shock estético que he tenido en mi vida y fue provocado por algo que llevaba siglos allí. Hasta que no me vi delante del Taj Mahal, no comprendí las poderosas emociones que las formas pueden provocar en las personas.

Algunas de las teorías que describen el arte de los noventa encuentran un claro eco en la música tecno y en la manera que tiene de manifestarse. Una es evidente, esta clase de música está hecha con máquinas, con ordenadores. Todos los sonidos que reproduce son graves, fríos y metálicos. No es una música para escucharla a solas en casa, eso es obvio, esta diseñada y pensada para reproducirse en un ámbito muy específico. Tiene un claro carácter interactivo, se celebra cada noche, ya sea en la oscura sala de una discoteca o en una rave-party. El Discjockey es el maestro de ceremonias, pero el público juega un papel crucial en el espectáculo. Una pista vacía es una pista muerta.

En principio, estamos hablando de una música para bailar, de baile, pero ¿es música disco? Lo es tan sólo en apariencia. La música de baile de los setenta es siempre alegre, y su temáticas son románticas o triviales. El tecno no tiene un origen tan amable.

En los inicios del tecno grupos como Kraftwerk, Nitzer Ebb, Front 242, D.A.F. O And One retoman postulados de los futuristas rusos e italianos y recrean estéticas claramente totalitarias.

William Bennet, líder de Whitehouse, una de las bandas precursoras del movimiento en el Reino Unido, afirma lo siguiente: “Siempre tuve la fantasía de hacer un sonido que pudiera machacar al público, someterlo”.

D.A.F (Deutsch Amarikanischen Freundschaft) es una banda de Düsselldorf cuyas temáticas principales son el sexo y la violencia. Su estética es dura y desafiante, dieron una fórmula pop única e irrepetible, punk y provocadora, más deudora del ideario decadente del cineasta Fassbinder que de Mary Shelley[1]. Su canción más conocida es el polémico Der Mussolini (“levantate, sacude tus caderas, da palmas, baila el Mussolini, baila el Adolf Hitler, mueve tu culo, baila el Jesucristo). Junto con otros grupos alemanes de los ochenta, encabezan la deutsche neue welle, el movimiento que recupera el idioma alemán en la música moderna. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, todas las bandas alemanas cantaban en inglés. La recuperación del alemán cantado coincide en el tiempo con la plena divulgación del tecno.

Muchos de los primeros temas tecno incluían discursos militares de la Segunda Guerra Mundial. La atmósfera creada en sus actuaciones públicas era de conato bélico, de peligro apocalíptico. Sus intérpretes habían crecido durante los peores años de la Guerra Fría.

Grupos de synth-pop de los ochenta en ocasiones tan melosos como O.M.D, tienen canciones precursoras del tecno como Enola Gay, canción dedicada a la bomba atómica que arrasó la ciudad japonesa de Hiroshima.

Está claro que los orígenes del tecno se gestaron en los años ochenta, pero su desarrollo encuentra su máxima expresión y consolidación en la década de los noventa. Sus focos de irradiación, a parte de Alemania, son principalmente dos. Dos ciudades, Detroit y Manchester. Dos ciudades postindustriales.

Manchester, cuna de la industrialización, devastada por la guerra durante el brutal bombardeo de la Luftwaffe, tristemente conocido como el Christmas Blitz de 1940. Manchester sufrió de los sesenta hasta mediados ochenta una profunda crisis económica. Cerca de ciento cincuenta mil personas perdieron su empleo entre 1961 y 1983.

Detroit, The Motor City, vieja meca de la industria automovilística, llena de fábricas abandonadas, sacudida por la voracidad capitalista expresada en su máxima potencia. A finales de los setenta, la crisis del petróleo sumió a Detroit en una profunda crisis. Sus calles se convirtieron en unas de las más peligrosas de los Estados Unidos. Las minorías afroamericanas más desfavorecidas de la ciudad retomaron los sonidos provenientes de Europa para conformar lo que hoy comúnmente conocemos como música electrónica.

Detroit y Manchester son dos ciudades que se rebelan contra su pasado. En las fábricas y almacenes abandonados de Detroit y Manchester resuenan los ecos de las bombas y las máquinas.

La naturaleza del Tecno es vulcánica. Es una fragua infernal. Vulcano, tal y como relata Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio, desciende de Saturno, cuyo reino era el del tiempo esquizoide del aislamiento egocéntrico.

Vulcano-Hefesto, dios que no planea en los cielos si no que se refugia en el fondo de los cráteres. Vulcano, que contrapone al vuelo aéreo de Mercurio el ritmo discontinuo de su paso claudicante y el golpeteo cadencioso de su martillo[2].

Las discotecas de tecno son casi siempre lugares angostos, cerrados, cuevas oscuras y subterráneas. Son una recreación del mundo vulcánico.

Este aislamiento egocéntrico es el término más aproximado a mi experiencia personal con la música Tecno. Por muchas personas que tuviera a mi alrededor nunca salí de mi mismo. Durante aquella época no conocí a nadie y, si lo hice, no lo recuerdo. Sobre todas las cosas, recuerdo la sensación física de la música elevándome sin apenas moverme del sitio. Pasar horas totalmente enfrascado en la música, entregado por completo a ese baile. Buscando una plenitud física absoluta. Pero nunca llegando al punto de síntesis. El espíritu absoluto de Hegel, ese Dios lógico y todopoderoso era la música. Un Dios despiadado que siempre se mostraba esquivo y que me condenaba a vagar solitario e incomprendido. Los ecos de los demás quedan muy lejanos, apenas son un susurro en la oscuridad de una remota pista de baile perdida en mi memoria.

Quiero terminar esta reflexión sobre el arte en la década de los noventa evocando la imagen de Untitled-Perefct Lovers de Félix González-Torres. Dos relojes parados en la misma hora. Parados, sin tiempo o fuera del tiempo. La idea de que el amor es capaz de parar el tiempo. ¿Pero qué pasa con la vida? La vida sólo se detiene con la muerte.

En Untitled-Perfect Lovers, intuyo la idea del doble, no alcanzo a ver a dos personas. Los dos relojes representan, para mí, la misma persona. Tampoco veo ninguna afirmación homosexual en esta obra, más bien, se hace patente una tendencia esquizoide y egocéntrica.

Sigo asistiendo a la representación de la soledad y el aislamiento característicos de la sociedad postindustrial que considero la base del arte propio de la década de los noventa.


Videos:

1.Entrevista a D.A.F (ARTE France)

http://www.youtube.com/watch?v=apG-qIPVlf4&feature=related

2.Interactive. Who is Elvis

http://www.youtube.com/watch?v=RVDXm1a3tz8

3.Front 242. Headhunter

http://www.youtube.com/watch?v=0JrKRRAMeIo&feature=related

4.Nitzer Ebb. Murderous

http://www.youtube.com/watch?v=3_2GlKk08xQ

5. D.A.F. Der Raeuber und der Prinz

http://www.youtube.com/watch?v=jDQPVXUegPs&feature=related


1. Loops. Una historia de la música electrónica. Javier Blánquez.Omar Morera. Reservoir Books. Pag.222.

2 .Seis propuestas para el próximo milenio. Italo Calvino. Editorial Siruela. Pag.64.