miércoles, 15 de diciembre de 2010

E(sté)tica

Que todo acto estético es al mismo tiempo una actitud ética (que aquí se entiende como manifestación del ethos) está muy claro, una vez que el arte presupone que haya una forma exterior que en cierta manera traduzca una forma interior - cierto contenido o intención.  No es posible que un artista, al crear formas y objetos (cuadros, textos, películas, et cetera), no imprima en tales objetos sus propias preocupaciones, creencias, anhelos. Sin embargo, lo que no es tan evidente es el límite entre el papel del artista- el esteta creador- y del hombre mortal, que sufre y que tiene que reaccionar frente la realidad, muchas veces devastadora y cruel.
                En “The sound of silence”, Alfredo Jaar utiliza la biografía del famoso fotógrafo sudafricano Kevin Carter precisamente para proponer una reflexión sobre cuándo termina el arte y empieza la realidad, y los problemas morales que enfrentan artistas como Kevin, cuya obra se hunde indisociablemente a una hambruna y una miseria muy reales.
Para ello, primeramente crea dos espacios distintos, un exterior y un interior. Esta relación entre dentro y fuera es marcada por la dicotomía claro/oscuro. El interior – el espacio conocidamente propicio a la reflexión y el pensamiento- es una sala oscura, dónde se proyecta un texto que nos da, poco a poco, datos de la vida de Kevin. Su nombre es repetido diversas veces como ecos silenciosos. Mientras que en el espacio interior predomina la oscuridad, el espacio exterior presenta una pared que emana una luz tan intensa que nos ciega. Pasamos por esta pared de luz muy deprisa porque su claridad, que nos ofusca, nos resulta muy incómoda.
Como esta pared, el mundo real constantemente hiere nuestra sensibilidad; muchas veces es casi imposible mirarle directamente porque hace con que nos duelan los ojos. Apenas cuando somos invitados a entrar y reflexionar, protegidos por la oscuridad de los filtros que creamos a nuestro rededor – el arte, por ejemplo - , la realidad se nos torna soportable.
En este contexto Jaar elige una única, asombrosa, foto de Kevin para enseñarnos: una niña muy débil observada por un buitre. Pero no lo hace sin antes sacarnos de la comodidad de la penumbra – un flash, inesperado e intenso precede la foto, trayendo la realidad exterior (la luz que ciega y hiere la sensibilidad) a nuestra zona de conforto.
Esta foto en particular, al mismo tiempo en que proporcionó a su autor fama y premios, le rindió muchas críticas negativas; una en especial decía que él también era un buitre por no actuar frente a tal atrocidad. Interesantemente, Jaar nos da detalles del encuentro de Kevin con esta niña, una pequeña narrativa regresa al momento cristalizado en la foto.
El fotógrafo Kevin Carter esperó 20 minutos para que el buitre abriera las alas mientras una niña famélica luchaba contra su propia debilidad. Y lo hizo porque sabía que la foto seguramente sería más impactante de lo que todavía es, porque tendría más fuerza simbólica de la que todavía tiene. Sin embargo, nos cuenta Jaar que después de ahuyentar al ave – que al fin no abrió las alas -, Kevin Carter se sienta bajo un árbol y llora.
 En el caso de Kevin, el choque entre estas dos facetas (su percepción en cuanto artista y en cuanto ser humano) es tan intenso que lo lleva al suicidio, como nos cuenta Jaar. Mientras el dolor de tantas visiones tales como la niña y el buitre lleva su creador a la muerte, en la actualidad esta imagen (como tantas otras de contenido similar) se encuentra catalogada en una grande agencia, y por tanto goza del mismo status que cualquier otra foto que ahí se encuentre. No es más que una imagen cualquiera. Alfredo Jaar con ¨The sound of silence¨ hace un alerta contra la banalización y cosificación de obras como esta. Y con eso da una respuesta a los críticos de Carter. ¿Podría Carter haber hecho mucho más por esta niña que salvarle de su inminente predador? ­ ¿Es él el culpable de que escenas como estas se produzcan en nuestro mundo? ¿Es él el segundo buitre?
De acuerdo con Alfredo Jaar, seguramente no.

Raquel Pedrao Dommarco

No hay comentarios:

Publicar un comentario