miércoles, 15 de diciembre de 2010

The sound of silence

THE SOUND OF SILENCE

A pesar de la corta duración de la proyección, se podrían escribir páginas enteras sobre el tema. Con esta exposición, Alfredo Jaar intenta mostrarnos con una maestría única su visión acerca del Tercer Mundo. Un tema que todos creemos conocer bien, pero con el que no siempre nos involucramos.

Todo lo que rodea la visita es un aura de misterio. Primero, una luz cegadora que te hace sentir ya desde el principio una extraña sensación. Después, al adentrarte en esa sala oscura con esa gran pantalla, comienzas a sentir un poco de nerviosismo. El autor consigue con este juego de luz brillante y absoluta oscuridad un efecto algo desconcertante en el espectador, gracias al cual es posible mantenerse ocho minutos en el interior con la tensión y la expectativa de que algo extraño va a suceder, porque todo es extraño desde el principio.

A continuación, Alfredo Jaar comienza mostrando mediante frases muy cortas y precisas la biografía de Kevin Carter. A medida que avanza la historia se empieza a sentir un poco de angustia y agobio. Es increíble cómo es capaz de transmitir esas sensaciones utilizando sólo palabras muy concretas y frases concisas. Nada de sonidos. Nada de divagaciones. Y la continua repetición de Kevin... Kevin Carter… que llega hasta agobiar. Y todo ello concentrado en ocho minutos.

Pero la culminación se produce con la aparición de la imagen objeto de la exposición. Esa famosa fotografía tomada por Kevin Carter, que yo nunca había visto y que quizás fue por eso por lo que estaba más expectante. Decidí reservarme esa foto para verla allí, y he descubierto que es el lugar en el que realmente hay que verla, porque si no, esos ocho minutos hubieran sido totalmente distintos.

Pero también son muy importantes los momentos anteriores y posteriores a la visualización de la imagen. Gracias a la introducción, el autor consigue que la tensión aumente durante unos segundos, explicando cada detalle del momento en que fue realizada la fotografía. Como esos veinte minutos de observación del fotógrafo evitando espantar al buitre y a la espera de que éste hiciera algo.

Es imposible intentar comprender cómo una persona es capaz de convertirse en espectador ante una situación como esa. Dejar transcurrir veinte largos minutos sin hacer nada, sólo observando cómo agoniza una niña.

Podría considerarse una metáfora de cómo nosotros, los habitantes de este “Primer Mundo”, pasamos por la vida como espectadores ante esa situación. Sabemos que es algo que está ahí, que la gente muere de hambre a diario, pero nosotros estamos aquí y es lo que nos ha tocado vivir. Sabemos que es injusto, pero no hacemos nada.

Pero no es en este punto clave de los ocho minutos cuando el espectador se plantea este tipo de cosas, porque no es posible pensar con claridad en ese momento. Sin embargo, un segundo después aparece la imagen y es ahí cuando sientes ese enorme vacío y te sobrecoges por completo. Insisto en que el hecho de no haberla visto nunca antes y estar en esa sala oscura completamente sola multiplica esta sensación. Es algo impresionante. Y a la vez deprimente y terrorífico.

A continuación, este sentimiento, aunque no desaparece, se traslada a un segundo plano para dejar paso a la duda y a la indignación. ¿Qué pasó con esa niña? ¿Cómo es posible que un ser humano tuviera la sangre fría de no hacer nada? ¿Y encima le dieron un premio? ¿Qué va a pasar ahora? Automáticamente sientes la necesidad de actuar, de combatir esa injusticia, ¿cómo has estado tan ciego? Te abordan miles de sentimientos y ese pensamiento continúa dándote vueltas en la cabeza durante todo el día, y durante todo el día siguiente y el siguiente. Es muy difícil de olvidar.

La dura y penosa vida de Kevin Carter, el protagonista de la historia, termina en suicidio. Sus ojos habían visto demasiado. Sensaciones y experiencias que el ser humano nunca será capaz de soportar. Pero cuando sales de allí y vuelves de nuevo a la luz, la vida de esta persona no te importa. Sigues pensando en esa niña, y piensas en cosas en las que antes jamás habías pensado. Y decides no volver a comportarte nunca de una manera indiferente.

Alfredo Jaar consigue que nos sintamos vulnerables y nos aporta una cruda visión de ese “mundo” que creíamos conocer, pero que en realidad nos asusta y lo desconocemos por completo.


Carmen Lucas Amate

No hay comentarios:

Publicar un comentario