miércoles, 12 de enero de 2011

Un mundo boca abajo, pero catalogado

Por Monalisa Rigo

En un mundo abarrotado de información la propuesta de la exposición actual del Museo Reina Sofia es una invitación a un nuevo orden. Una reforma del pensamiento clásico de orden alfabético, dimensional, cronológico u originario. Una catalogación del lo visual en un mundo postmoderno.

Aby Warburg, buscaba en la cultura popular, en la ciencia, en la magia y en la religión sentidos equivalentes y fue con la construcción de su Atlas “Mnemosyne” donde se cuestionó la manera de cargar con el mundo a cuestas, en analogía al dios Atlas. Estudiar el pensamiento de Warburg es cimentar las esperanzas de un mundo reorganizado con puntos de vistas heterogéneos alternativos.

En su entorno de guerra y locura, Warburg nos propone el conocimiento mediante las imágenes, la forma en que conocemos el Atlas, una colección de cosas singulares que albergan un saber infinito y abierto. Pero ¿por qué no volver a partir del cero, reordenar las cosas de la A a la Z y deshacerse de lo que no es fecundo? Y es de ahí de donde surgen otros tres replanteamientos, raíces del pensamiento warburgiano: la propuesta de rehacer el orden de los tiempos, el lugar común y el orden de las cosas.

Todos estos replanteamientos son una manera de analizar la creación artística. Será por esto que a veces el boceto se hace más intenso que la propia obra finalizada.

En este pequeño ejemplo llamado “Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?”, nos topamos sorprendentemente con esta prueba, justificada por Bloosfeldt y su belleza botánica, Tapies y sus códigos secretos, la veracidad del soporte en las fotos de Moyra Davey y las formas y sus variaciones en la obra de Charles Ross. También están el álbum de fotos de las Autobiografías Reordenadas de Valcárcel Medina, la relectura de Nabokov hecha por Barbara Bloom en Cajas de Mariposas de Nabokov y Sol LeWitt y sus estudios de la tipografía callejera. Todo esto de lado a lado, compartiendo un mismo pasillo y evidenciando el eslabón de la “Historia Natural Infinita” según apuesta el comisario de la exposición, Georges Didi-Huberman, citando Paul Klee.
Al igual que los lugares, las temporalidades coexisten en estos objetos. El punto desde donde alzas la mirada también es nuevo. Allí están las esculturas de Giacometti, pero en forma de maquetas o fotografías. Es el efecto experimental propuesto de “la lámina-tablero” o “el cuadro-mesa”

Y en un análisis menos formalista y más profundo, es verdad que todo Atlas oculta algo de imparcialidad o una vocación crítica. Al final es una colección ordenada a partir de un concepto particular, lo que también se ve en la obra de Warburg. En Mnemosyne su intención implícita es desvelar los monstruos de la razón de su época.

La exposición termina evidenciando lo que apenas estaba en el subconsciente. La importancia de Warburg para la Historia del Arte es comparable a la importancia de Freud, su contemporáneo, para la psicología. Incorporar la memoria inconsciente en la catalogación es una manera de traer a la superficie lo reprimido, haciendo con que el acto de archivar y desarchivar pueda reflejar fantasmas de la mente. Como él mismo afirmaba: “en fórmulas de pathos, el tiempo se torna visible”. Lo coleccionable son los miedos que cada uno lleva dentro, en formato de un pasado jamás olvidado y transformado en huellas del presente, fugaces y superficiales.

Es todo un juego simple, surgido a partir de la idea de desglosar los objetos según categorías preestablecidas, definiciones rigurosas o jerarquías ideales, aceptando el privilegio de recoger la gran fragmentación del mundo, sin despreciar su caos original.

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