jueves, 13 de enero de 2011

El mundo como almacén: una interpretación

Sara Díez Ortiz de Uriarte

Fritz Saxl, en La historia de la Biblioteca Warburg (1886-1944), comenta cómo la biblioteca de este historiador del arte “cambiaba con cada cambio producido en su método de investigación y en sus intereses” y cómo Aby Warburg la remodelaba con el fin de que expresara ”mejor sus ideas sobre la historia de la humanidad¹”.

De la misma manera que los libros de esta biblioteca, las imágenes seleccionadas y reagrupadas en la exposición Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? componen un cuerpo de pensamiento vivo. Este dinamismo implicaría una inabordable tarea de actualización de la muestra con nuevas fotografías y obras de arte, así como la reordenación de los paneles en función de los nuevos diálogos que pudieran plantearse entre las imágenes. No obstante, la exposición, una historia documental del imaginario occidental desde la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad, obedece lógicamente a un criterio estático.

El Atlas Mnemosyne, a pesar de ser una de las piezas centrales –por el soporte teórico que encierra la obra y el despliegue de varios de sus paneles–, no agota la muestra, en la cual las imágenes se agrupan siguiendo un criterio temático: la guerra, la ciudad como almacén de los objetos más variados, la literatura o el erotismo, entre otros.

Para lo que sí puede servir el proyecto que Warburg dejó inacabado al morir es para identificar un punto de partida en una exposición que, al acaparar un cuerpo de imágenes tan heterogéneas, puede resultar caótica o que adolece de un criterio unitario. La idea de Warburg era recoger una extensa colección de imágenes que recapitularan y expusieran su visión de las fuerzas que habían determinado la evolución de la mente occidental. Y en esa evolución tiene un papel destacado la memoria, aquel lugar donde estarían almacenados los símbolos colectivos e individuales de la civilización occidental. Así, según Warburg, los recuerdos tendrían una doble función: por un lado, la de proteger, al ofrecer explicaciones mitológicas o racionales; y por otro lado, la de amenazar, al aumentar la tendencia a la energía orgiástica.

El afán enciclopédico de la muestra, en deuda con el del propio Warburg, encuentra en el siglo veinte un paralelo en escritores como Jorge Luis Borges y personajes ficticios como el Palomar de Italo Calvino. La metáfora más adecuada para aproximarse a la naturaleza de Atlas la podemos ubicar en la ciudad, el espacio heterogéneo y expansivo por excelencia; aquel que es escenario de las imágenes bélicas de Thomas Ruff (Nacht 20 1) y en el que conviven, sin orden ni jerarquía aparentes, los Botones Facockta de Moyra Davey con los Paisajes del suelo de Alan Fleischer. A propósito de este caótico almacenaje es interesante uno de los textos que apoyan gráficamente la exposición.

“El atlas no desglosa los objetos según categorías preestablecidas, definiciones rigurosas o jerarquías ideales: se conforma con recoger –o sea respetar– el gran troceamiento del mundo”.

En este atlas no sólo tienen cabida los objetos, sino también el conjunto de gestos y pasiones humanas, las fórmulas del pathos en las que, según Warburg, el tiempo se torna visible.

La sensación común en los visitantes no iniciados que se enfrenten a obras como Enseñando el alfabeto a una planta (John Baldessari) puede ser la desorientación. El vídeo parece lanzar un consejo sobre la necesidad de renovar la mirada y desautomatizar el lenguaje para adueñarse de la muestra y, en un plano más amplio, “del planeta, o por lo menos de todo lo que de un planeta puede caber en un ojo²”. Quizá de esta manera ciertos objetos y experiencias se nos iluminen fuera de las clasificaciones convencionales, accedamos a un nuevo tipo de conocimiento o podamos profundizar en ciertos aspectos sobre nuestro inconsciente individual y colectivo.


¹ GOMBRICH, E. H. (1992). Aby Warburg. Una biografía intelectual. Madrid: Alianza Editorial.

² CALVINO, I. (2001). Palomar. Madrid: Siruela.

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