miércoles, 12 de enero de 2011

La deconstrucción del Panta rei en el rostro del tiempo

La huella sustituye a la práctica. Manifiesta la propiedad (voraz) que tiene el sistema geográfico de poder metamorfosear la acción para hacerla legible, pero la huella hace olvidar una manera de ser en el mundo (Michel De Certeau, 1980)

Javier Ossorio Parra

Entrar en la exposición Atlas, ¿Cómo llevar un mundo a cuestas? en el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía y cuestionar la palabra orden en la idea preconcebida de lo que puede llegar a ser un atlas es un acierto. Este supuesto orden de la definición del mundo como tal, queda, naturalmente, infringido por Aby Warburg que crea un nuevo orden del pensamiento histórico, deconstruyendo el significado de la intervención del hombre en el mundo de forma anacrónica. No hay una guía que seguir, ni leyes, ni por supuesto axiomas. La proposición de Warburg es tan libre como la opinión del espectador, y tan abierta como la propia definición del mundo.

El hombre se ha ido apoderando del planeta a base del concepto ‘yo tengo’. Desde la visión milimétrica del panoptismo antropológico podemos hablar de miles de cuestiones con respecto a la tierra: desterritorialización, tierras limítrofes, reterritorialización, en fin. En Atlas, ¿Cómo llevar un mundo a cuestas?, la creación del historiador de arte Aby Warburg atraviesa el siglo XX y parte del XXI con una personal e intransferible segmentación de fronteras, redistribuyendo la tierra y la metrópolis urbana, descomponiendo el mundo y la historia tal y como lo conocemos, utilizando el arte como objeto explicativo e instrumento para la final conformación de tu propio mundo. Un arte que no se centra en obras puntuales, sino que es la globalidad del arte la que forma una misma idea: la deconstrucción del mundo en cualquier punto del tiempo y del espacio.

Adentrarse lentamente en la exposición implica un ejercicio heurístico alejado del pragmatismo cultural. Aby Warburg rechaza el procedimiento del olvido; un ejercicio irreversible de mirar hacia delante sin tener en cuenta la historia reciente de la humanidad. Hay que partir de cero, ser una especie de recién nacido adulto y percibir la relación del hombre con el entorno y con el arte, el origen del mundo y el rostro del tiempo. Los desastres de la guerra, los estudios del hombre en interrelación con el mundo y con el sufrimiento, el arte como servicio de la política y la construcción del miedo como arma gubernamental de control son centros neurálgicos en la obra de Werburg. De forma subrepticia y desde puntos mediáticos y políticos, el miedo se ha instaurado en la sociedad en busca de la alienación, la no respuesta, la asunción y creer que todo lo extraño y ajeno es peligroso. Como dijo Ulrich Beck: ‘Buscamos soluciones biográficas a contradicciones sistemáticas; buscamos la salvación individual de problemas compartidos’.

Mirar el mundo de Warburg es como tumbarse en el césped y ver pasar las nubes con el mismo sentido que Stieglitz hizo con sus Equivalencias. Para ello utiliza la mitología griega, la fotografía, la escultura, el cine, las disposiciones urbanísticas……. como hilo transmisor del enfoque de su obra más ambiciosa.

‘El aquí y el ahora delimitan la instancia espacial y temporal coextensiva y contemporánea de la presente instancia del discurso que contiene el yo’ (E. Benavente, Problemas de lingüística general, París, Gallimard, t.2, 1974, pp 79-88). Por eso, asistir a la exposición del Reina Sofía es conocer un sabor ineluctable e incomprensible que entraña una búsqueda de un lugar en el mundo para el hombre. Esa búsqueda viene dada por la visión del arte, que son los nombres que articulan una frase en forma de “significado” que nuestros pies construyen sala tras sala.

En el conjunto de la obra de Warburg somos conscientes de un “progreso” en el espacio llamado mundo. Pasear por las calles de la tierra y por el inexorable tiempo, implica una asunción irreductible; la de observar como todo desaparece poco a poco, se regenera, se destruyen habitáculos y conceptos cosificados en algún momento de la historia y se (re) construyen nuevas edificaciones, movimientos y teorías, nacen nuevas formas de ser heredadas de otras nuevas formas de ser.

La otredad y la alteridad son puntos perpendiculares en la relación del hombre con el mundo, por eso Aby Warburg actúa en la memoria de la reciente historia de la humanidad, y esa memoria es su patio particular donde juega con el conocimiento social.

Con un fondo casi incognoscible y una forma colectiva crea un pensamiento individual del mundo en deconstrucción, con un conjunto de mapas en forma de obras de arte y simbología inter-disciplinarias, heterogéneas y con una funcionalidad que nada tiene que ver con la concreción y sí con la obsolescencia de valentía de análisis históricos como el que hace Aby Warbung.

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